Francisco Javier Sáenz de Oiza es uno de los grandes arquitectos del siglo XX en España. Fue uno de los pioneros en dejar atrás el legado historicista y apostar por una arquitectura de vanguardia.
Estudió en la Escuela de Arquitectura de Madrid. Fué “Premio Aníbal Alvárez” al mejor expediente académico, y ganó ese mismo año el Premio Nacional de Arquitectura. Gracias a la beca “Conde de Cartagena”, concedida por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando viajó a Estados Unidos, en donde entró en contacto con la arquitectura norteamericana y el empleo de las nuevas tecnologías que permitían construir de una forma más rápida y funcional.
Comenzó su trabajo profesional siendo profesor en la Escuela de Arquitectura de Madrid, de la que fue director entre 1981 y 1983; esta actividad docente la compaginó durante toda su vida con la profesional, donde supera el historicismo de la posguerra y evoluciona hacia un modo muy personal de entender la Arquitectura, entre el racionalismo de Le Corbusier y el organicismo de Frank Lloyd Wright.
Defensor también de una arquitectura social y anónima, Francisco Javier Sáenz de Oiza representó para la arquitectura española el riesgo artístico permanente, la heterogeneidad y la modernidad por encima de cualquier otra consideración.
Premio Nacional de Arquitectura (1946, 1954), Premio Aizpúrua del COAVN (1963), Premio del Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid (1971), Premio Excelencia Europea (1974), Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes (1987), Premio Fundación Antonio Camuñas (1988), Medalla de Oro del Consejo Superior de Arquitectos (1990), Premio Príncipe de Asturias de las Artes (1993).
En su polémica construcción, iniciada en 1950, colaboró entre otros con Jorge Oteiza y Eduardo Chillida. El atrevimiento del diseño de los artistas que intervinieron llevó a la paralización de la obra durante casi 15 años. La apertura que supuso el Concilio Vaticano II permitió que pudiera culminar el proyecto.
Otro de sus proyectos más notables fue Torres Blancas (Madrid), considerado el mejor ejemplo del organicismo español de la época, en cuya realización participaron como ayudantes Juan Daniel Fullaondo y Rafael Moneo. El nombre hace referencia al proyecto original de Sáenz de Oiza, en el que aparecían dos edificios de mármol. Fue construido entre 1964 y 1969, con una altura de 71 metros y una imagen inconfundible gracias a una estructura de hormigón armado concebida a base de cilindros en los que se abren balcones con celosías de madera, rematados en su parte superior por unos jardines de altura.
En 1971 proyectó la sede del Banco de Bilbao en el paseo de la Castellana de Madrid. Se levantó partiendo de un gran reto estructural: su construcción sobre el túnel del ferrocarril. Se trata de una torre de 107 metros de altura, de planta rectangular, que cuenta con dos núcleos que son a la vez de servicios y estructurales. En cada planta el resto del espacio es diáfano, sin divisiones ni obstrucciones. La fachada del edificio tiene una lectura purista, presenta esquinas circulares de acero y cristal continuo para permitir las vistas al exterior desde cualquier punto. Destaca el color ocre, que cada vez es más intenso, como consecuencia de la oxidación del acero de la fachada. El edificio supone una síntesis entre el funcionalismo y la concepción orgánica, dos constantes en la obra del arquitecto.
Sáenz de Oiza trabajó también en la construcción de viviendas experimentales y sociales, como son las Viviendas en la M-30 de Madrid. El Ruedo es el fruto de un concurso restringido que convocó la Consejería de Ordenación del Territorio, Medio Ambiente y Vivienda de la Comunidad de Madrid en 1986. El Plan General de Diseño Urbano estableció cómo debía ser el inmueble: entre otras premisas, tenía que desarrollarse de forma curvilínea. Sáenz de Oiza lo proyectó como una gran muralla con una potente sensación de aislamiento y protección. Los grandes radios de curvatura permiten entender la fachada del bloque como una piel en tensión que abraza y protege el espacio interno. La idea misma de crear un muro lleva a tener en cuenta dos caras extremas, la fachada exterior y la interior, con las relaciones de concavidad y convexidad que se producen en su interior, de tracción en su fachada exterior y de comprensión en la interior.
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